Si bien, muchos de los productos y mercancías que
solemos adquirir en cualquier establecimiento comercial tiene un determinado
precio (ya establecido por el mercado en una microeconomía o macroeconomía),
entonces ¿Qué pasa con los Recursos Naturales? Pareciera un gran dilema el
tratar de ponerle precio a todo recurso (agua, árboles y animales) que se
encuentra de manera libre en su medio natural, además de parecer algo
descabellado para ciertas mentalidades que creen que “conservar” es no tocar (y
que salen desnudas a las calles y que por obvias razones casi nadie lee las
pancartas). Y es que el ser humano, desde los principios del surgimiento de la
Economía ya le había echado el ojo a un recurso natural, por el cual se han
librado grandes revoluciones y levantamientos. Y no es exageración, basta mirar
los libros de historia, que aunque ocultan muchas verdades, aún mantienen
cierta lógica con respecto a los detonantes de muchos enfrentamientos en el
pasado y en el presente, y la mayoría de las veces es por este recurso: la
tierra.
La tierra para un campesino es un recurso de vital
importancia, pues de ella obtiene sustento, construye su vivienda y genera
trabajo para sí; para un obrero es su medio de trabajo, y para un obeso y
sonriente empresario una pila de billetes. De esta manera entendemos que de la
tierra se obtienen los recursos naturales, y por lo tanto, su disposición ya
cuenta con una reglamentación. Vamos a utilizar un poco el leguaje economista. La
tierra en la materia también se denomina como propiedad y sus derechos tienen
dos componentes: el primero es la propiedad misma, que define al dueño de los títulos
de propiedad. En nuestra propia sociedad existen diversas formas de propiedad:
de acceso libre, donde nadie es excluido del uso de los recursos naturales y
nadie tiene la obligación de cuidarlos; la propiedad pública cuando el gobierno
determina quiénes serán excluidos del goce de un recurso y quiénes tendrán la
obligación de cuidarlos; la propiedad comunitaria es cuando el recurso
pertenece a un grupo social determinado (en nuestro país son los ejidos),
quienes se benefician de su buen uso y, conjuntamente con el gobierno, tienen la
obligación de cuidarlos. Finalmente la propiedad privada, en la que el dueño
del título es un agente económico individual, quien se beneficia de cuidarlo y
paga las consecuencias de no hacerlo.
Podemos citar grandes ejemplos sobre el correcto uso
que han desempeñado los dueños de las anteriores formas de derecho de propiedad,
pero también habría que citar otros ejemplos que demuestren que no siempre se
puede hacer un buen aprovechamiento de los recursos. Tal es el caso de la
propiedad de acceso libre, como las zonas federales: las playas, por ejemplo.
Como cualquiera puede utilizarlos sin sentirse obligados a cuidarlas, cualquier
hotelero puede descargar sus aguas negras en ellas, los bañistas arrojar su
basura y los restauranteros litigar con otros restauranteros por invadir “su
propiedad”. Muy a pesar de que existen leyes sobre protección a los recursos
naturales, se observa una clara inconsistencia por parte de las autoridades que
nada más se dedican a condenar con excesiva severidad a una persona sorprendida
extrayendo huevos de tortuga, y a poner papelitos de “clausurado” a obras de
exorbitantes dimensiones en zonas prohibidas (que curiosamente continúan
construyéndose sin mayores problemas). La principal problemática radica en que
no se ha considerado la importancia de un aprovechamiento sustentable
(economía, sociedad y medio ambiente), lo que se traduce en una clara falta de
educación en la sociedad y sus gobernantes.
Entonces ¿Cuál es el precio de los recursos
naturales? ¿El que se paga por la renta de la tierra?, ¿son las infracciones
por su degradación? O bien, la llamada política de “el que contamina paga”, que
aunque en un principio pareciera ser una buena forma de controlar el daño
ambiental, tal perece una forma de “rentar” las áreas naturales como vertederos
por una módica cantidad (tomando en cuenta que los contaminadores tienen
mejores ganancias que un diputado o un cebado banquero). Desde un punto de
vista personal, el precio de los recursos naturales puede que no radique simplemente
en su valor monetario, puesto que la misma ideología recae en este nimio
concepto. Debe existir un soporte más robusto, o bien un entendimiento más
claro sobre los principios que sustentan dicha ley y una concientización
colectiva de que “el que contamina paga” es mucho más que una simple idea
propuesta por un partido político por obra de la generación espontánea (o creación
divina, que es lo mismo). Solo entonces podrá haber una estimación más precisa
y justa sobre el valor de los recursos naturales, y hacer a un lado la idea de
que la Economía solo trata de billetes, bancos y un hombre muy obeso de saco
gris, si no que los mismos recursos y su aprovechamiento moderado son materia de alta importancia y la responsabilidad por su cuidado recae en todos.
Literatura consultada
Enríquez-Andrade R. R. 2005. Introducción al
análisis económico de los recursos naturales y del ambiente. Universidad
Autónoma de Baja California. México. 263 p.